Resumen de la reunión del CLUB DE
LECTURA.
Desde el principio se habló de
amor, el amor que rezuman estas páginas y que poco a poco va trazando la figura
de una mujer idealizada.
El texto se mueve entre las
etiquetas de homenaje póstumo y catarsis personal. El artista tiene la virtud
de poder expresar mejor que nadie todo aquello que quedó por decir. Pintor y escritor son uno solo, porque nos
quedamos totalmente con la interpretación autobiográfica de la obra, diga lo
que diga Delibes (ya sabemos que una vez que el libro se despega de su autor,
es el lector quien tiene la última palabra).
Se señaló también el acierto de
un título tan plástico y tan acorde con la novela.
Comentamos la elección del
monólogo como modo narrativo a pesar de existir un interlocutor claro, la hija
recién salida de la cárcel. Son detalles: la cárcel, la tortura, Franco, la
adicción al alcohol, que quedan simplemente apuntados para desvanecerse. Esta
superficialidad es quizá un modo de selección orientado a primar lo positivo.
Novela corta pero intensa, que
para algunos se hizo larga en los pasajes que describen la enfermedad y el
deterioro de la protagonista.
Y la nota al pie la pone Tomás, a
propósito de la enfermedad y a propósito de la estética:
El pasado viernes se comentaron las connotaciones que podía tener la
presencia de pelo o no en la cabeza, según los distintos usos sociales de cada
época.
Yo recordaba haber leído sobre el tema, pero, con la fragilidad de la
memoria, no estaba seguro.
Por tanto, y con la facilidad que suponen las publicaciones electrónicas,
he localizado el pasaje que transcribo a continuación:
«Se besaban llamándose hermanos y amigos y un instante
después se golpeaban tratándose de cerdos y de castrados. Las mujeres se
quitaban impúdicamente las pelucas y dejaban que los hombres les acariciasen
los cráneos desnudos, porque desde que las mujeres ricas y nobles han empezado
a afeitarse la cabeza no hay caricia tan excitante para el hombre. Algunos
hombres se acercaron a Nefernefernefer, pero ella los rechazó con ambas manos,
y yo les pisaba los dedos de los pies cuando insistían, sin fijarme en su rango
ni condición, pues estaban todos borrachos».
Se trata de un párrafo de la parte 5 del libro tercero
de Sinuhé, el egipcio de Mika
Waltari.
Miguel Delibes
Señora de
rojo sobre fondo gris
Barcelona, RBA, 1993