31 de marzo de 2015

Comparaciones odiosas

“un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil”
Julio Cortázar, Rayuela

“aturdido por la piedad que se mezclaba con el miedo que se mezclaba con la rabia que se mezclaba con el cariño que se mezclaba con la tristeza cada vez que tenía que obligar a su hermano a hacer algo”

Almudena Grandes, Los aires difíciles 


Los aires difíciles de Almudena Grandes


Almudena Grandes es lo que se llama una escritora profesional, que se lo toma en serio: se documenta y se documenta y se documenta, y como fruto de tanto trabajo le salen novelones de ochocientas páginas, como mínimo, que no están las cosas como para desperdiciar horas de biblioteca, sobre todo porque los escritores profesionales se deben a su público entregado que espera ansioso su dosis en librerías que ya han instalado básculas digitales para estas novelas al peso.
Hay una frase en la novela que define a la perfección el estilo de Almudena Grandes: “cuando se abusa demasiado de la elasticidad de un tejido, las fibras se relajan, se rinden, se aflojan para siempre”. La tensión narrativa –y con ella la paciencia del lector no profesional- se afloja, por abusar demasiado (porque a veces el abuso necesita de este adjetivo) de las comparaciones innecesarias, de enumeraciones aburridas, de una subordinación sin ritmo ni objetivo, aparte de la máxima de decir en dos páginas lo que podías resumir en un párrafo.
La protagonista de Los aires difíciles, en un cincuenta por ciento, es Sara. Sara Gómez Morales, como nos ha repetido por activa y por pasiva Almudena Grandes, recurso este que queda muy bien en otras novelas, cuando no es postizo, y cuando el nombre nos dice algo. Los personajes literarios se merecen nombres literarios, y el archirrepetido Sara Gómez Morales deja mucho que desear. Y lo siento por las Saras, Gómez y Morales que se creían libres de convertirse en literatura y vivían felices con nombres normales.
Sara nos cuenta su pasado como alcohólica, “Hasta que de repente todo cambió. Algún oculto engranaje del universo se puso en marcha, una tuerca remota ajustó en un tornillo, una estrella cambió súbitamente de rumbo, y se hizo la luz en la imaginación de una mujer sin futuro”. El ritmo de esta novela es así. De repente, las cosas pasan, cambian, giran. Será el viento. Los afanes “cambian bruscamente de rumbo una mañana de julio”, las cosas pasan varias veces aunque siempre con la máxima intensidad. Juan (el otro protagonista) “nunca (…) había llegado a saber lo que era estar verdaderamente solo”, hasta que lo sabe, pero unas páginas más tarde resulta que lo sabe de verdad y cuando pensaba que lo sabía era solo un amago de sabiduría. Menos mal que todavía tenía que aprender “que nunca había sabido lo que era estar arrepentido”.
A Almudena Grandes se le ven los trucos.
Sara sabe que otro personaje, Alfonso (dejadme que no profundice, esto es realmente agotador) tiene un trauma con un tal Nicanor. Lo sabe. Por eso cuando el tal Nicanor se presente en su casa le abrirá la puerta de par en par para que hable tranquilamente y a solas con el tal Alfonso. Pero es que, ay, a Almudena le hacía falta esta escenita para la catarsis final, para la foto de familia feliz, y no se le ocurrió otra incoherencia. Sabe que sus lectores le perdonan todo.
Almudena Grandes leyó en algún libro o en algún manual o escuchó en algún cursillo de escritora que los monólogos interiores quedan bien, y quedan mejor si los mezclas con otra historia paralela. Por eso cuando revela, por fin (en esta novela cada revelación sucede ¡por fin!) la escena de la muerte de Damián, que es una de las claves de la trama, la trufa con una historia disparatada de un personaje nuevo, de esos de usar y tirar, El Canario, que no viene a cuento, pero que queda muy freudiana. Y Freud da puntos. Y páginas.
También creyó la autora adelantarse a los lectores y adivinar que si liaba a sus dos personajes principales iba a quedar la cosa muy predecible, así que se saca de la manga un giro literario y construye una historia de amor o de sexo o de soledad absurda e increíble, y no porque sea un médico madrileño y su asistenta, no. Porque cuando lo decidió se olvidó de releer las primeras páginas.
Cuando un buen escritor quiere que el lector se crea algo, por muy inverosímil y disparatado que sea, se lo cuenta bien contado y punto. Cuando un escritor profesional quiere colársela al lector, se documenta. Y para exculpar a su protagonista Juan Olmedo de toda sombra homicida, Almudena nos resume varios tratados de traumatología que quedan muy científicos.
También prueba con un truco que a Cortázar le salía muy bien: “aturdido por la piedad que se mezclaba con el miedo que se mezclaba con la rabia que se mezclaba con el cariño que se mezclaba con la tristeza cada vez que tenía que obligar a su hermano a hacer algo”. Tanta mezcla al final no es nada, pero tachado de la lista.

De tantas páginas, algo rescatable tiene que haber. Al menos estadísticamente. Pues sí, tres cosas.
Esa madrina “que le había enseñado a comer gambas con cubiertos de pescado y a horrorizarse ante el concepto de la elegancia que poseen las esposas de los funcionarios” (No toda la madrina, solo esta cita).
Una nueva visión sobre los cangrejos: “no retroceden ante los obstáculos, sino que los rodean (…) Son astutos, pero no cobardes”.
Y unos vientos, aunque poco aprovechados, pero elevados a materia literaria.
Almudena Grandes
Los aires difíciles
Barcelona, Tusquets, 2012


30 de marzo de 2015

El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov


“escucha tú que eres una persona inteligente
y no has estado loca… dime,
¿estás segura que ayer estuvimos con Satanás?”

Ácido, crítico, cínico, originalísimo, tremendamente visual, adelantado a su tiempo, genial, delirante, desternillante… Escribir sobre textos como este es inútil. Cualquier reseña, opinión o resumen sonará ridículo.
Bulgákov construyó una novela única a base de superponer niveles que han contentado a unos y otros: sátira política, novela fantástica, amorosa*, humorística, reescritura de la historia, metaliteratura**… Pero el lector más privilegiado será siempre el más libre, el que la reciba como un todo. El que brinde con Margarita, al comprender, como ella, que lo tremendo de beber sangre no es la sangre en sí: “No tema, majestad, que hace mucho que la sangre empapa la tierra”.
En esta visita del demonio a la tierra, paradójicamente, los que más sufrirán su ira serán los literatos, poetas y artistas en particular, que ya van necesitando una segunda….
Dentro de la genialidad constante y frenética, destacan las escenas corales, esa fiesta satánica en la que los huesos y los cadáveres podridos, al destrozarse contra el suelo, se convierten en perfectos invitados. Y por supuesto, el teatro, el gran montaje, el gran espejo: “Le voy a descubrir un secreto. No soy artista. Tenía ganas de ver a los moscovitas en masa y lo más cómodo era hacerlo en un teatro. Por eso mi séquito (…) organizó la sesión, yo no hice más que observar a los moscovitas sentado en mi sillón”.

Si los censores levantaran la cabeza.
Si vieran a Moscú convertido para siempre en el escenario de Bulgákov.


Mijaíl Bulgákov
El maestro y Margarita
Madrid, Alianza, 2012

*“el que ama tiene que compartir el destino de aquel a quien ama”.

**“Alguien dejaba libre al maestro, igual que él acababa de liberar a su héroe creado”.