3 de abril de 2015

Crematorio de Rafael Chirbes


“Siempre llega algo para lo que no estamos preparados, que coge por sorpresa a los profetas”.

Leer a Chirbes es agotador. Pero no en el buen sentido.
No es por su pesimismo. No es por sus paisajes de desechos, ladrillos y ceniza. No es por la omnipresente sensación de muerte y crematorio.
Es por esa manía tan moderna (y por lo visto tan del gusto de los críticos) del monólogo interior pesado, con tiempos superpuestos, voces cambiantes y atisbos de tramas ocultas que hay que alabar porque denotan un manejo técnico excepcional y un control del universo narrativo.

Debajo del lenguaje están unos personajes que no me extraña que algún productor de televisión se los pidiese por reyes:
Rubén Bertomeu, el malvado especulador inmobiliario, el único coherente triunfador, el fascinante poderoso, el gran protagonista que eclipsa al resto de satélites.
Matías, el muerto, la excusa, la trampa, porque el crematorio no es solo su destino, ni la muerte le ha alcanzado solo a él. “Es Quevedo. Ayer se fue, mañana no ha llegado: ése es el tema del arte, de todas las artes, no hay otro”.
Silvia, hija llena de ira, enamorada (o sugestionada o como se llame ese personaje de la mitología griega que le presta el síndrome de buscar al padre ausente en el amor de otros) de su tío.
Mónica, la mujer veinteañera del viejo Rubén, caprichosa, interesada, embarazada.
Federico Brouard, escritor (por supuesto), fracasado, homosexual, enfermo, ex amigo, condenado.
Misent, una ciudad que avanza malignamente como un cáncer, y sus estampas idílicas: “Se ha detenido otra vez el viento, y a través de esa calma, desde el lugar en el que escarba el perro, se abre paso un olor dulzón, de vieja carroña, que impregna el aire”.
El olor. El olor de la guerra. Del mal en sus formas más terrestres.
Y los secundarios: las putas, los rusos matones, las nietas conflictivas, los amantes, las madres autoritarias, los políticos corruptos.
Bajo las capas del lenguaje y los personajes, el lector puede encontrar algún tesoro, alguna reflexión descolgada que consigue romper el muro de palabras que levanta el autor. Hay dos grandes temas: el tiempo y el progreso.
El tiempo:
“Todas las juventudes se parecen, es en la madurez cuando empieza la diferencia, nos diferenciamos en cómo resolvemos esa desazón originaria, en cómo abordamos el cruce de caminos que se nos presenta a la salida de la juventud. El tiempo que perdimos. La imposibilidad de recuperarlo. (…) Uno nunca sabe si hay otra forma de madurar que no sea perdiendo todo ese tiempo”.
“Uno acumula saber como las urracas, oye miles de discos, lee libro tras libro, ve cientos de programas de televisión, hojea millones de revistas a lo largo de la vida, piensa, se informa, y luego se muere, y seguramente, si le queda un hilo de lucidez, piensa también en todo el tiempo que ha perdido”.
Y el ¿progreso?:
“Hoy llamamos progreso a algo que no sabemos cómo lo llamarán los que vengan”.

Dicen que Chirbes cuando vio la adaptación de su novela a la televisión afirmó que era otra cosa totalmente diferente a su texto, porque había trama a partir del “puro lenguaje” que era su novela.
Después dijeron los críticos de televisión, de la misma escuela que los críticos literarios, que la serie es maravillosa, un hito en la producción audiovisual española. Lo del hito puede ser, dada la historia de la producción audiovisual española... Pero a lo de maravillosa, ni caso.
Rafael Chirbes
Crematorio
Barcelona, Anagrama, 2014

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