15 de abril de 2015

El árbol de la ciencia de Pío Baroja


“no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil”

A algunos les parecerá bien que esta novela sea solo una excusa para que Baroja nos traslade su visión del mundo, sus inquietudes, su verborrea filosófica. Pero a mí es precisamente ahí donde me falla, en esos andamios inestables que a veces me parecen demasiado inocentes.

Andrés Hurtado “imitaba a los héroes de las novelas leídas por él, y reflexionaba acerca de la vida y de la muerte”. Con su punto romántico, sus kilos de pesimismo, su enfado con el mundo y la poca ira que le permite su no-acción, es un personaje que ha cautivado a muchos lectores.

A mí me despierta del sopor general de la novela en ciertos momentos coléricos, cuando casi parece un personaje de Roberto Arlt:
-“¡Yo que siento este desprecio por la sociedad –se decía a sí mismo-, teniendo que reconocer y dar patente a las prostitutas! ¡Yo que me alegraría que cada una de ellas llevara una toxina que envenenara a doscientos hijos de familia!”.

Lo mismo me pasa con el Baroja más irónico, crítico con una España que sigue casi igual –o peor-.


Pío Baroja
El árbol de la ciencia
Madrid, Cátedra, 1991


No hay comentarios:

Publicar un comentario