“no los jubilaban por sus influencias y
por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil”
A algunos les parecerá bien que esta novela sea
solo una excusa para que Baroja nos traslade su visión del mundo, sus
inquietudes, su verborrea filosófica. Pero a mí es precisamente ahí donde me
falla, en esos andamios inestables que a veces me parecen demasiado inocentes.
Andrés Hurtado “imitaba a los héroes de las novelas
leídas por él, y reflexionaba acerca de la vida y de la muerte”. Con su punto
romántico, sus kilos de pesimismo, su enfado con el mundo y la poca ira que le
permite su no-acción, es un personaje
que ha cautivado a muchos lectores.
A mí me despierta del sopor general de la novela en
ciertos momentos coléricos, cuando casi parece un personaje de Roberto Arlt:
-“¡Yo que siento este desprecio por la sociedad –se
decía a sí mismo-, teniendo que reconocer y dar patente a las prostitutas! ¡Yo
que me alegraría que cada una de ellas llevara una toxina que envenenara a
doscientos hijos de familia!”.
Lo mismo me pasa con el Baroja más irónico, crítico
con una España que sigue casi igual –o peor-.
Pío Baroja
El árbol de la ciencia
Madrid, Cátedra, 1991
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